Y estaba el
hombre por descender a la Luna, mas Kubrick se quejaba de la iluminación en el
estudio; los puteaba a todos y se paraba de manos frente a cualquiera.
Conmovidos, se reían sus dirigidos e imitaban la voz de Hal9000: "Hello,
Dave".
- ¡¡I'm
Stanley!! - vociferaba furibundo el director de Lolita.
- I love you,
Dave - escupía entre carcajadas y con ronca voz Neil Armstrong, la estrella del
telefilm. Todos reían menos Stanley.
Y es que
reflexionaba sobre los ingleses como él, que habían caído muy bajo. ¡Qué pasó
con esos buenos viejos tiempos en los que Churchill participaba en reuniones
para dividir el mundo en dos como un líder a la talla de Roosevelt y Stalin! ¡Qué
pasó con esos tiempos más lejanos aun, donde Inglaterra dominaba el mercado del
oro! Ahora su patria, allende gloriosa, veía como aquellas ex colonias, que
bamboleaban entre el orgullo del progreso tecnológico y la vergüenza del humor
vulgar -¡tan poco ingleses ellos al fin y al cabo!-, jugaban a la carrera
espacial con los rusos mientras él… ¡Pero no! El Reino Unido no tenía cohetes. Kubrick
se tenía que conformar sólo siendo un director consagrado, un revolucionario
del séptimo arte, y forrarse una valija con dólar blue. ¡Thank you very much,
Washington! Sin embargo, nada hubiera querido más que subirse a un cohete y
recorrer la galaxia como un gemelo fantástico o un fantasma del espacio: sus héroes
de la tele.
Los utileros
arreglaron el problema de las luces. Ahora parecía que el mismo Sol irradiaba
sobre la figura discreta pero aparatosa de Armstrong, cubierta por un manto de
estrellas. Efímera frente a todo el Universo que tras ella se estampaba como
una pintura en la pared. Hermosa y gloriosa como sólo en ese día, suspendida
frente a las pantallas de todo el mundo, cuando enterraba la bandera de barras
y estrellas en un suelo desértico y rocoso, consumando así una práctica
imperialista que se repetiría en Afganistán y en Irak más de 30 años después. Apoteótico.
Aplausos.
Chiflidos.
Abrazos.
Besos de
amantes.
Kubrick
estaba cubierto de manos discretas y amistosas. Felicitaciones, Stanley. Qué
buenos amigos se hizo, mas no conocía a nadie. Y acá estamos nosotros, con
Stanley muerto hace ya mucho tiempo, viendo flamear una bandera estadounidense
en un espacio exterior donde no debería haber viento… y cuesta tanto encontrar
un sentido más allá del triunfo simbólico de cierta forma de vida, tan llena
ella de ilusiones y esperanzas como vacía de carne. Sólo nos queda así seguir soñando.
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