Debo confesarlo: no entiendo casi
nada de Hegel. Es un autor que se ve marginalmente en las carreras de filosofía
y cuando se lo ve, generalmente se lo ve mal. Dos, tres clases quizás. ¿Acaso
son suficientes para comprender las implicancias del Espíritu? No, para nada.
Por ese motivo, decidí el año pasado
ponerme a leer a Hegel en serio y por mi
cuenta. Conseguí Ciencia de la Lógica
y la Fenomenología del espíritu. Con el
primero me quedé estacionado en “La doctrina del ser”. Con el segundo, después
de 6 meses de lectura incisiva, conseguí llegar al apartado de la “Conciencia”.
El Prólogo de la Fenomenología fue,
sin duda, la cosa más difícil que leí en mi vida. Desgraciadamente, no pude
continuar leyendo por la intensidad de la cursada que me demanda dejar a un
lado un aprendizaje si se quiere personal y más constructivo por uno formal,
curricular y superficial. En fin, esta breve introducción la hice porque me di
cuenta que soy muy intolerante con aquellos que hacen afirmaciones taxativas
sobre Hegel. La gente, por lo general, no lo entiende y, al menos en mi caso,
la profundidad en su lectura llama a más confusiones, a una mayor perturbación
en el alma. Hegel no escribió para solucionarnos la vida, sino para dejar en
cada uno un interrogante fuerte y una sensación de difamación a la subjetividad
individual, abstracta, tan común en la ideología liberal-posmoderna.
A pesar de todo, yo lo leo. Y como
lo leo, encuentro insatisfactoria la crítica estúpida de aquel que nunca lo ha
leído o lo hizo tan superficialmente como cualquier lectura de cursada. Y hay
particularmente una compañera en Filosofía moderna, Jessi Posmo (a quien ya he presentado), a la cual
mucho no me banco y lo difama a Hegel sin entenderlo. El último diálogo que
tuve con ella fue un martes, hace un par de semanas, en el cual hubo faltado una
profesora y con unas amigas nos pusimos a tomar mate. Jessi Posmo, con sus
aires posmodernos y su adicción a la
hermenéutica francesa del siglo XX, se sentó con nosotros. Comenzó a hablar
bien de Blaise Pascal, un contemporáneo de Descartes que alababa los milagros.
Claro, para ella, como es posmo, está bueno que no todo sea posible de ser
explicado, que no todo quede determinado en el pensamiento. Por eso detesta a
Hegel, que es un monista re cabeza.
Jessi_posmo:
No me gusta Hegel porque el espíritu se come todo, no deja lugar a nada que
esté por afuera.
Moi: Te
equivocás. Nada está por afuera de la ontología en un principio, sólo que en un
principio es abstractiva. El espíritu no se come todo, sino que se despliega.
Jessi_posmo:
¡Pero eso no deja lugar a la trascendencia!
Moi: Sí,
pero sólo en la inmanencia. Y está bien que eso pase. Si entendemos la
trascendencia en los términos que vos la querés plantear no la podemos siquiera
captar sensiblemente. El tan mentado milagro debe poder ser pensado. Si no,
caemos en la parálisis.
Jessi_posmo:
Si, igual, no me gusta.
Moi: El
problema no es que te guste o no. El problema es que reducís todo al placer
animal negando así tu propia humanidad. Y en filosofía, querida amiga, no
debemos buscar la fuente del placer,
sino la solidez de los sistemas. Si un sistema es más coherente y sólido que el
otro, y si sirve mejor para explicar los fenómenos, debemos partir de ése. Es una
mariconada no leer a Hegel por las implicancias éticas del espíritu –implicancias,
dicho sea de paso, mal planteadas generando una falacia ad hominem contra Hegel
por su adhesión al Estado Prusiano- si al final el suyo es el mejor sistema. Lo
que pasa es que vos leés libros de filosofía como si fueran literatura. Ergo,
no estudiás filosofía, sino literatura.
Naturalmente, Jessi Posmo se enojó y
abandonó la reunión montada en una nube nihilista.
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