¡Oh, Luciana, qué
bellos recuerdos guardo de ti! En las noches solitarias, apartado al
ostracismo, pienso en dos cosas: el orgasmo en Michel Henry y tu dulce mirada;
y no puedo evitar el solipsismo y caer en que sos un producto de mi conciencia,
y entonces pensar en vos con mucha fuerza y verte delante de mí, exuberante e
iluminada, para invitarte unos mates y que veamos, mientras, qué onda. Pero eso
sólo ocurre en mis ensoñaciones. En el tiempo en que estoy despierto, que es la
mayoría, caigo en la cuenta que no estás junto a mí y un frío sudor recorre mi
espalda desnuda. Y es que me gusta ponerme en bolas cuando pienso en vos,
Luciana, y recordar que alguna vez escuché decirte u oí decir a otro que te
gusta que te den masa, y yo me caliento porque me imagino siendo Yo, tan
inexperimentado como en mi llegada a este mundo, quien te hace aullar de
placer. Sí, te imagino aullando como una loba loca y rabiosa, despidiendo
espuma de tu hocico y con los ojos (¡dulces ojos tuyos!) desorbitados viendo
hacia dentro de tu cráneo. ¿Pero qué podés ver en la oscuridad? ¿O es que acaso
sos toda luz y yo no me equivoqué respecto a ti?
Todavía recuerdo
cuando te conocí (¡seguro que vos no!): estaba esperando el bondi y te me
apareciste y yo te di sentido. Te pedí que nos saquemos una foto y después,
cuando no veías, te corté un mechón de cabello para llevarlo en mi corazón.
Luego te fuiste. Nunca preguntaste mi nombre, así que te lo digo ahora: soy
Salustriano, ¡encantado de haberte conocido!
![]() |
Luciana y Salustriano |
No hay comentarios:
Publicar un comentario