Estamos en el 21 de diciembre de 2012. Cómo ya lo había
dicho el común denominador del hombre genérico, se nos venía el fin del mundo encima. Pero no sucedió. Debo
decirlo, no creía en las premisas postuladas sobre el mismo, puesto que se
fundaban en una escatología apocalíptica mesiánica impresionante. Pero eso no
importa. No. Lo importante hoy es cómo es que los cambios de opinión ocurren. Y
es que si no hubiera sido por mí, el mundo se hubiera acabado. Pero baste este preludio para la narración. ¡Basten
estas breves palabras para repudiar la vacuidad de nuestras aseveraciones
científicas!
¡La llegada del fin del mundo no
habría sido una tragedia hollywoodense! Su arribo no hubiera estado anunciado
por las trompetas del “Vuelo de las valquirias” de Wagner, sino por el ruido
blanco de los televisores sin cable. La nada misma, somatizada sobre nuestra
piel desnuda, indigente. Muerte de Dios. Transvaloración de todos los valores.
Budismo cabeza.
Y
todo eso habría sucedido de no ser por mí: anoche, damas y caballeros,
salvé al mundo una vez más. ”¿Cómo?”, se
preguntarán. Difícil será hacer una narración de los acontecimientos ocurridos
anoche, pero haré lo mejor posible, esperando de ustedes, mis queridos
lectores, no sólo la puesta en ejercicio de vuestra máxima atención, sino
también la mayor comprensión posible sobre las graves deficiencias que mi prosa
trae consigo. Resulta difícil dar cuenta, todavía a estas horas, de la gravedad de lo que hubo ocurrido. En fin, no los demoraré
más.
Ante mis ojos, a las 23:30 horas del día jueves 20 de
diciembre de 2012, se presentó una criatura esotérica, venida de otras
dimensiones, más allá de la oscuridad
del pozo ciego. Vestía una túnica color
negra y su rostro, pálido, reflejaba una frialdad propia de los trasmundos.
- ¿Qué eres tú, criatura, que has
venido hasta mí y qué es lo que traes entre manos? –increpé a la bestia.
- Soy la que nunca ha de morir –me
respondió ella.
- ¡Pero eso es imposible! ¡Todo lo
que está vivo debe morir, pues una causa nunca puede ser mayor que un efecto!
¡Mientes, criatura bellaca! –la acusé.
- Soy la que nunca ha vivido-
insistió.
- ¿Pero cómo puedes estar ante mí si
no estás viva ni muerta? –recordé entonces las pervertidas palabras de Videla
(“ni vivo ni muerto”) - ¿Estás desaparecida? – aventuré.
La bestia, sonriendo parcamente, comenzó
a cantar una melodía atonal mientras recitaba: “Todo es perenne, todo comienzo
tiene un final, vivo en el mundo desde que nació y existiré hasta un instante
después que deje de ser”
- ¡Pero eso es imposible! – protesté
- ¡El Mundo es una idea que sirve para hacer la síntesis trascendental!
- ¡Ufff! –se quejó la criatura -
¡Estos kantianos me tienen las bolas llenas! ¿De verdad creés en el noumeno? Mirá que no tiene sentido.
Entonces en un gesto extraño se
inclinó hacia atrás y posó sus cantos sobre la silla que estaba frente a mí.
- ¿Tenés una birra? – me preguntó.
- No tomo cerveza. Tomo vino tinto.
-¡Con este calor! Bueno, dale,
descorchá uno y traete unos hielos.
Hice lo que me pidió.
- Bueno, ¿qué eres entonces?
- ¡La Muerte, boludo! Soy la que
nunca ha de morir; la que nunca ha vivido; estoy desde que el mundo nació y me
quedaré hasta un instante después de que desaparezca. ¿No había quedado claro?
¡Aparte mirá cómo ando vestida! ¿Quién
anda con una túnica negra con este
calor?
- Las monjas tienen el hábito.
- ¿Te parezco una monja?
- No, la verdad que no. Pero encima
lo que me decís no tiene sentido. Cómo que te vas a quedar hasta un instante
después de que el mundo desaparezca. Si el mundo pierde sustancialidad, ¿dónde
te quedarías sino en la mera indeterminación? Y en ésta, no puede haber un
quedarse.
- Es un mero decir. ¡Puta madre que
a la primera casa que se me ocurre ir se me presenta un tipo que me viene a
cuestionar mis planteos metafísicos! Debí haberme pasado primero por la casa de
tu vecino, le habría la cabeza de un guadañazo y listo. ¡Pero no! ¡Vos tenías
que ser tan hincha pelotas y yo tan pelotuda!
La Muerte seguía bebiendo vino.
- Encima hoy tengo una banda de
laburo. El Barba me dijo que los tengo que matar a todos.
En ese momento, la Muerte agarró su
guadaña:
- ¡Perdoname, che! Pero estoy
apurada. Si no los mato a todos, deberemos esperar otros 10 mil años. Muy rico
el vino.
- ¡No pará! – la detuve.
- ¿Qué pasa?
- No te querés tomar otro vino.
Ahora venían unos amigos. Íbamos a jugar al truco pero uno se dio de baja. ¿Sabés jugar?
- Sí, pero no me sé las señas.
- No hay drama. Mirá: así es el
ancho de espada… Así, el de basto…
La Muerte aprendió todas las señas
con gran velocidad. Se la notaba interesada. Cayeron a mi casa Nito y Anacleto
a los pocos minutos. Vestían medias de red y lápiz labial en los dientes.
- ¿Quién es este travesti? –
preguntó Nito, señalando socarronamente a la
Muerte.
- Soy la que nunca ha de morir.
- Bueno, bueno. Hay que formar las
parejas. ¿Cómo hacemos?
- ¿Tiramos los reyes?
-
Dale.
Lanzamos los reyes y las
parejas se conformaron. La muerte iba
con Nito; Anacleto, conmigo.
- Che, apostemos algo –sugirió Nito.
- ¡Dale! – lo secundó la muerte.
- ¡Bueno. Si nosotros ganamos, ustedes se pagan una
ronda de tequilas! – aventuró Anacleto.
- ¡EH, CHE! ¡CON GUITA NO! Vos sabés
que desde que me compré mi guitarra eléctrica con la pensión de mi vieja no
tengo un sope.
- Bueno, la Muerte no tiene
bolsillos – dijo la misma, hablando de sí en tercera persona.
- Bueno, dale. Entonces si nosotros
les ganamos, la Muerte no va a laburar esta noche – demandé.
-
Me parece bien – acató la Muerte, mas continuó -. Pero si nosotros ganamos
esta partida de truco a 21 puntos ustedes se verán sometidos a una eternidad de
suplicios en los Círculos del Infierno de Dante. Sobre sus cabezas serán colocadas coronas de espinas
que desgarrarán su carne, los demonios abrirán sus vientres con cuchillos
desafilados y los cuervos devorarán sus entrañas. Entre las alimañas, las
hienas penetrarán sus traseros sin ninguna clase de lubricación. Y será así,
por el resto de la eternidad. El fin del mundo es la constante vuelta sobre lo
mismo.
- ¡Uff… menos mal que no vamos a
perder, eh! – se mofó Anacleto.
Y comenzamos a jugar. La primera
mano ligué un 7 de copas, un 3 de basto y un ancho falso. Anacleto me hizo la
seña de un 7 de oro. No voy a explicar toda la partida. El punto es que
Anacleto y yo ganamos. Después de eso nos fuimos todos de joda con la Muerte,
que resultó ser una masa. Encima que no terminó con el mundo, me ayudó a
salvarlo reprimiendo manifestaciones en Madrid. La historia sigue y está con el
ajuste.
Notas de Los cuadernos de cárcel en lunfardo de Mariano Rajoy, Crítica, Barcelona, 2012.
No ligó todas las manos así. |
Parrandeamos hasta que se hizo la luz. |