Fui ayer a una librería a comprar El discurso sobre el origen y los
fundamentos de la desigualdad entre los hombres del amigo Juan Jacobo
Rousseau. Coloquialmente se le llama Segundo
discurso. Mientras el librero que me estaba atendiendo revolvía los estantes,
una chica hermosa entró al negocio. Debo confesarlo, decir que era hermosa
implicaría una vulgarización de su belleza, que poseía como característica la
suficiencia ontológica. De haber sido sólo un poco más hermosa, tan sólo un
pelín, hubiera dislocado a la realidad, ponele.
Ella se dirigió al otro librero, un
chico de más o menos unos 25 años, y le preguntó por un manual de derecho –no
recuerdo el nombre del autor-. El muchacho, naturalmente, buscó el mencionado
artículo en el catálogo. Nada. Pero la cosa no terminó allí. Él se sentía
inclinado a ayudarla, dado que ella era la perfección y, como había dicho
alguna vez Platón, la contemplación de la idea de bien –entendida como lo perfecto-,
transforma el alma de los hombres, realizándolos. O bien como Aristóteles
afirma, el bien –la perfección- es aquello a lo que todas las cosas tienden. En
definitiva, el hombre quería ayudar a esa chica, a la que se veía un poco
desorientada:
- ¿Estás segura que ese era el
autor?
- Sí, es manual que dijo el profe.
- Bueno, déjame buscar si está en
internet.
Sí, el librero consultó en internet
la existencia o inexistencia del mencionado manual.
- No, no está en internet. ¿Estás
100% segura?
- Sí, sí. El profesor dijo que lo
podíamos conseguir en cualquier librería.
- Bueno… bancame que busco si
aparece en la bibliografía de este libro.
El librero desplegó entonces sobre
la mesa un libro enorme de derecho y consultó la bibliografía presentada en sus
últimas hojas. El manual de derecho que la chica había venido a comprar no
aparecía allí. Hubiera sido claro para cualquiera que haya visto esa situación
que el mencionado artículo era, en definitiva, inexistente. Pero… ¿cómo decirle
que no a ella?
- Mirá, no aparece. Voy a buscar por
mi cuenta en estos días. ¿Te podrías pasar en estos días?
- Dale. Gracias.
Y se fue. Lo sorprendente de todo
esto es que la actitud del librero no era habitual en él en lo más mínimo. A
mí, al menos, no me dispensó siquiera una décima parte de atención nunca. Él la
ayudo, seguramente, porque era una belleza suficiente. Sin embargo –y esto es
lo que me sorprendió realmente- la chica
había asumido semejante actitud, semejante despojo hacia la vida, servilismo,
amor hacia el género humano, etc., como algo cotidiano. Esto me hizo pensar en
Pierre Aubenque, comentarista de Aristóteles, que señaló que aquel que goza de
buena fortuna no tiene por qué desarrollar virtudes. Coincido. Seguramente esa
chica, de no haberse creado un ambiente sumamente artificial en torno a ella,
debe ser un tanto estúpida. Quiero decir con esto que no necesita el
desarrollar virtudes para relacionarse con los hombres y, a las claras, se
posiciona cómodamente en el lugar del fetiche. ¿Pero qué clase de relación
vincular se establece sólo por estética sexual? La posmoderna…