pero se me presentaron a lo largo de mi vida muchos
problemas. Por un lado, los ángeles son alteridades trascendentes. Nos guían en
nuestra búsqueda mística del sentido de la vida. Los ángeles nos dan pistas
sobre cuál es la verdad realmente verdadera. La experiencia de ver un ángel
resulta siempre excedentaria de lo que de ella podamos decir. Reducir al ángel
al monólogo del alma consigo misma resulta en la banalización de su calidad de
otredad trascendente éticamente primera a mí. En otras palabras, cogerse al
ángel implica que éste puede ser manipulado, que yo puedo hacer con él lo que
quiera. Y en tanto que es así, si me lo cogiera haría que pierda su calidad de
divino. Se convertiría en un instrumento que puedo asir con mis manos, negando
su trascendencia. ¿Y qué sentido tendría cogerme a un ángel que no es
trascendente?
Por otro lado, los
ángeles no tienen genitales. ¿Cómo es posible, por lo tanto, el acto sexual? La
propia fisonomía del cuerpo del ángel supone un obstáculo extra a la
penetración. Si antes debía sólo traspasar las barreras de la trascendencia sin
banalizar al ángel –tarea harto dificultosa-, ahora, además, en caso de
conseguirlo, tendría que chocar contra un cuerpo sin aristas ni irregularidades
donde colocar mi carne toda. ¡Vaya dilema!
Se sucedieron los
años sin que mi deseo haya sido satisfecho. Cosa inevitable, pues el deseo, de
ser satisfecho, negaría su propia entidad… ¿pero el deseo tiene entidad? ¡Vaya
dilema! Yo creo que no. El deseo no es un ente. Si se quiere, es la voluntad…
pero siguiendo a Nietzsche concluimos que el deseo puede negarse en la voluntad
nihilista. Incluso, querer cogerse a un ángel es de nihilista, porque en su
trascendencia y metafísica religiosa buscaría escapar de la verdadera vida, que
es egológica. Igual, Nietzsche me cae mal, así que no le voy a dar bola.
Concluyo, por lo tanto, que todo lo que enuncié en este párrafo es al pedo.
Digo entonces que
jamás había podido cogerme a un ángel. Por mucho que haya intentado, no podía
resolver la superación de las dos barreras que se me presentaban –trascendencia
y fisonomía-. Cierto día, sin embargo, encontré una salida ad hoc.
El ángel podría
practicarme sexo oral, pues los ángeles tienen boca. Nos hablan por la boca.
Cuando el ángel se me apareciera para revelarme el sentido de la vida, buscaría
sorprenderlo y tapársela con ya saben qué. Mi teoría encontró muchas críticas,
pero me encargaré de refutar solamente a las dos que creo fundamentales. La
primera sostiene que del pete de ángel resulta la banalización de la alteridad,
puesto que al practicármelo, el ángel cae en el polo de lo mismo. A ellos les
respondo que, dado que la misión del ángel es la revelación epistémica del
sentido de nuestra vida y de la historia, si el sentido de mi vida es cogerme a
un ángel manteniendo, a pesar de ello, el respeto a la barrera de la
trascendencia, la ayuda que éste me dé para lograrlo, en otras palabras la
práctica del sexo oral, será una experiencia realmente auténtica y, por lo
tanto, irreductible a la mismidad. La segunda crítica sostiene que el pete no
es sexo. A quienes afirman esto, les señalo simplemente que estoy refiriéndome
al sexo en un sentido amplio, conteniendo en su concepto al de juego previo.
Salvadas las
problemáticas, busqué encontrarme en un momento de desesperación, pues los
ángeles se nos presentan a los hombres en situaciones límites… y así me hice
del gobierno de España y el ángel se me apareció y me dijo que me iba a hacer
un pete sólo si le recortaba fondos a la previsión social y estiraba la edad de
jubilación. Yo agarré viaje. No estuvo tan bueno como esperaba, igual.”*
*Fragmento de Los cuadernos de cárcel en lunfardo de Mariano Rajoy, Crítica, Barcelona, 2012.