Luego de una intensa jornada en el
Congreso de Filosofía Moderna, establecimos con JB y P- las pautas
nocturnas: comer algo y salir a un barcito a tomar cerveza tirada. Cuando
decimos tirada, obviamente, nos
referimos no a una cerveza arrojada al suelo para luego ser bebida por hombres,
sino a aquella otra cuyo devenir a nuestra mesa es cualitativamente distinto y
elevado. La conceptuación precedente fue ampliamente discutida. Luego de comer
unos sanguchitos de fiambre en el hostel, y siendo ya las 9:15 de la noche,
tomamos nuestras cosas y marchamos al Centro (Down town!). En el camino a Down
town, solicité a mis compañeros de aventura que me bancaran en la puerta de un
kiosco, pues el crédito de mi celular se había agotado. Allí mismo, en la
puerta, una joven mujer de cabellos dorados y caniche toy entre su falda,
obstruía mi camino. Indecisión. ¿Acaso era ella un funcionario del kiosco? ¿Acaso
debía solicitarle que me dejara paso o que me atendiera? No sabía qué hacer. Ella,
sensible a mi perturbación, me preguntó si se me ofrecía algo.
- ¿Laburás acá? – le pregunté.
- No.
Y determinándome, me hice libre: 30
pesos de crédito.
Luego de definir en qué bar nos
íbamos a instalar, y habiendo enviado por sms la respectiva dirección a la
compañera F., hicimos una degustación de cervezas. Habiendo conocido ya
todos los sabores, Julián y Pablo optaron por la roja especial. Yo, siempre
heterodoxo, preferí la negra. Brindis.
Se deben estar preguntando, queridos
lectores, a dónde llevará esta crónica tan insulsa. En alguna medida, debo
generar un interés en la inmersión narrativa. Si fuera desde cero, es decir,
sin preparación previa, con lo vendrá a continuación, creo que muchos quedarían
petrificados.
Mientras discutíamos sobre ontología,
una joven moza se acercó a nosotros y me dio en la mano un papelito.
- Disculpen chicos, me pidieron que
les dé esto. Yo cumplo.
Luego se fue. El papelito en cuestión
era un papel madera. Allí estaba escrito el nombre de Ana y un número
telefónico –el de Ana-. Estábamos anonadados. A ninguno de nosotros nunca nos
había ocurrido una cosa semejante. ¡Cómo venimos los filósofos en Mar del
Plata! Y las cuestiones eran muchas para debatir: ¿a quién iba dirigido el
papelito? ¿Qué le había visto Ana a su presa? ¿Quién era Ana? Dado que había
hecho una carga virtual reciente, tomé coraje y me dispuse a enviarle un sms
para tratar de elucidar estas cuestiones. Pero algo no andaba bien: el teléfono
tenía 7 números en lugar de 8 (!!!). El desconcierto era cosa inevitable. En
ese momento interpelé al barman:
- Perdoná… esto nunca me pasó. Una
mina me dejó el teléfono pero le falta un número. ¿Qué onda? ¿Está bien escrito?
- ¿Sos de Buenos Aires?
- Sí…
- No, acá son 7 números, más la
característica.
Y en ese momento envié el primer
sms: “Hola, Ana. Quién sos? Dónde estás?”.
Y contesta: “Hola! Quien sos vos? Estoy yendo a mi casa a recargar energías para
salir”.
¿Yendo a su casa? Eso significaba
que no estaba en el bar. Y si no lo estaba, ¿cómo es que conseguí su número? Le
respondí entonces: “Una chica me dio tu
teléfono en el bar baum”.
Silencio por un rato. Estimamos que
todo lo que había acontecido fue un gran malentendido y cambiamos de tema. Un
rato después cayeron F., una amiga suya y 3 estudiantes de la UCA con
quienes empatizamos durante el Congreso. Después de conocer la historia, nos
prestamos todos a la broma colectiva, en una suerte de delirio báquico. Y la
luz del teléfono, que estaba apoyado en la mesa, se encendió, mientras el
aparato vibraba. Nuevo mensaje… ¡de Ana!:
“Una
chica? Capaz la chica q te dio el tekefono (sic) es cn la q estas hablanfdo (sic)”.
Todo comenzó a ser demasiado
confuso. La chica que nos había dado el teléfono dijo que era de alguien y que
ella sólo cumplía su labor. ¿Acaso la moza era la chica? ¿Acaso la chica era
una moza? ¿No pudimos asociar su actividad a la corporación de mozos por el
solo hecho de deber cumplir ese deber y, en realidad, no era nada de eso? El punto
es que la moza y Ana eran una y la misma… y dado que me había dado el papelito
a mí y no a otro, yo llevaba las de ganar en la selección de oferta sexual.
Pero debía continuar el diálogo… si ella hablaba de posibilidad, yo debía
agotar esa vía:
“Supongamos
que los sos. Dónde estarías?”
A lo cual ella respondió: “Acostada en una cama con una amiga por
dormir una hora para salir después. Vos? Nose (sic) cual de los tres sos”
No voy a hundirme en especulaciones
acerca de este mensaje, pues me llevaría una vida. Afirmo su tono marcadamente
sexualoide y ya. ¿Los tres? JB, P. y yo. ¿Quién de los tres era? ¿Debía
decirle o continuar el juego de la ambigüedad? La respuesta era obvia:
“Cuál
querés que sea?”
Y ella respondió siendo radicalmente
ambigua:
“Alguno
que le guste la que les dio el telefono”
¿Qué significaba eso? Y entonces,
definido y después de debatir una respuesta conjunta, comencé a escribir… pero
el celular comenzó nuevamente a sonar mientras cumplía el proceso, alertándome
la recepción de un nuevo mensaje. ¡Ana está con todo! Pero no: era un mensaje
del Dr. Hauzer, quien no podía faltar en esta historia. Y vuelto a mi labor de
fetiche sexual de Ana, redacté el mensaje más honesto que pude:
“Es
mi cumpleaños y en una hora me voy a buenos aires. Qué hacemos?”
Cortita y al pie. La respuesta no se
hizo esperar:
“Uhhhh,
que bajon! Feliz cumpleaños! Y en una hora nada, si era un dia se podía hacer
de todo!”
Brillante… aunque feliz cumpleaños, nada, Ana. Arrugaste,
aunque de seguro yo hubiera hecho exactamente lo mismo; de hecho, de haberme
sabido realmente en posibilidades de algo, me habría acobardado de enviarte tan
solo el primer mensaje. Cuestiones éticas de fondo, viste. Demasiado posmo todo.
Pero que conste, la que se cagó de las patas fuiste vos y no yo (?).