Is the fuckin' Green Revolution!


Sí, sí… volvimos después de muchos meses. No sabés que feo que es Rusia. Nos cagamos de frío y tenemos mil anécdotas que contar. Por ejemplo: un cosaco nos rompió el culo a patadas. Cami quería que se lo rompieran de otro modo, ¡pero son jodidos los tipos, eh! Otra: nos  ofendimos mucho porque el guardia tenía un sombrero de piel. Nosotros ni ahí vamos a usar piel de animales. El guardia le ofreció a Cami que se abrigara un poco con la piel de un lobo y la muy valiente se negó de principio a fin, por lo que se le entumecieron y gangrenaron los dedos  del pie y se los tuvieron  que amputar.
En fin, fueron 3 largos meses ahí, combatiendo desde adentro contra la soberanía de un Estado Nacional que hábilmente reclamó toda la costa del Ártico después de la Segunda Guerra Mundial. Por suerte, como somos de una ONG re copada, no nos pueden acusar así nomás de hacerle el juego a la derecha geopolítica yanqui. ¡No! Nosotros somos re progres y nuestra intervención no tiene que ver con la política internacional estadounidense. A nosotros nos importa que no se derritan los hielos porque los osos polares se van a quedar sin tierra y se van a morir ahogados. ¡Nada más! ¡No queremos que nos digan tantas cosas feas! Nuestra acción es re noble y con fines súper copados. Por eso, dejá de ocupar tu cabeza en los problemas inherentes al ser humano, que es una mierda, y ponete las pilas para salvar el mundo sin ninguna finalidad aparente. ¡Unite a Greenpeace, idiota!
Nosotros la vamos a seguir agitando con Cacho, el patovica ecológico que valientemente nos aplaude a nuestras espaldas, y con Yami, Vani, Dani y Cani, nuestras botineras ambientalistas. Todavía falta mucho, pero hoy hay menos pandas muertos que ayer. Gracias a todos por las bancadas en twitter y facebook. Los re queremos pese a que sean humanos.


Camila y Hernán, héroes de la Revolución verde.

Party (& Tea Party)

Érase una vez un joven aprendiz de psicoanalista llamado Niño Freud. Él quería saber la raíz del deseo. Pero saberla posta, nada de más o menos entenderla. Saberla en sentido hegeliano, es decir, producirla, manifestarla exteriormente, como en un consolador o una de esas vulvas de silicona que se venden en los mejores sex-shops. Niño Freud estaba con sus amigos en una celebración; era el natalicio del Pibe Adler, al cual tuvieron que hacerle una fiesta sorpresa porque, de lo inseguro que es, no quería joder a nadie. Un boludo: fue un montón de gente… Igual lamentó que el Joven Jung se fuera a ver a Charly García ese día y, por tanto, estuviera ausente. Muy mal por  el Joven Jung; dejó la autoestima del Pibe Adler en el suelo.
La cosa es que Niño Freud estaba tomando un fernet mientras parlaba sobre el precio de las vulvas de silicona con Lou, que por esas épocas tenía hueso con Paul Rée, cuando, de la nada, se apareció una pendeja por el living. Su figura era saludable, quizás un poco robusta para el gusto estético tan refinado de Niño Freud; sus cabellos eran dorados como el preciado tesoro azteca, sus ojos disparaban miradas fugaces hacia toda la habitación con efervescente dinamismo, revelándose de un fino color ámbar. Sus labios, pintados con delicadeza por un rush rojizo, seducían más que Julieta Prandi en un sketch de Francella. Vestía una blusa negra y una pollera animal print: sí, estaba re gata. Lou, cuya atención bamboleaba entre Niño Freud, quien ya se había clavado cuatro fernets al hilo, y algún chongo que le diera fiesta, empezó a hablar de los problemas de su vida conyugal. Así, le comenzó a revelar a nuestro héroe que Paul Rée y ella no habían cogido nunca, pero que se hacían los fiesteros para que Nietzsche no la siguiera acosando. Entonces él, con su habitual humor judío made in Manhattan, le señaló que el bigotudo hacía más de 100 años que estaba debajo de la tierra. Ambos rieron despreocupadamente. Y así, entre inquietos cruces de miradas y nerviosas mordidas de labios, ella invitó a su confidente a alejarse de la vista de todos para, entre besos y caricias, quedar ambos desnudos y enganchados como perros.
Pero Niño Freud estaba en otra. No es que la rusa no estuviera buena, pero no le fascinaba ni un poco que ella metiera látigo alegremente. No. Él estaba para algo más tranqui. A él le gustaba más dominar… y siempre desde atrás. Y la pendeja rubia animal print estaba para hacerla mierda. Nada de eufemismos: sólo chirlos en la cola. Por eso Niño Freud, habiendo consumado la ingesta de su quinto fernet, pasó su manga de camisa por los labios para secarse velozmente, e inflando su pecho del atrevimiento típico del más bárbaro inconsciente –o subconsciente-, salió a cazar tigres al living.
- Hola – escupió.
- Hola – le respondió ella con distancia, evitando el contacto visual.
Típico de mujercitas, de agrandadas. La cosa estaba difícil, pero Niño Freud era un hombre de mil batallas, un gladiador de primera hora. Por eso no desistió pese a esa postura desinteresada, apática e indiferente de su interlocutora:
- ¿Querés tomar un fernet? – aventuró.
- Gracias, pero si tengo ganas de tomar, me sirvo – respondió ella secamente.
- ¿Cómo te llamas?
Y agitando su melena dorada, la pendeja posó sus ojos inquisitorialmente en la mueca artificial que se dibujaba en los labios de Niño Freud. Así estuvo tres minutos, o tres horas, o tres años. Cuando, superada de su letargo, retomó la compostura, se disculpó ante él: “Es que me dan unas ganas…”. ¿Ganas de qué? Niño Freud estaba confundido. Tan confundido quedó que se retiró a la interioridad. Nada de charlas hoy. ¿Y Lou dónde quedó? Se fue… a subirle la autoestima a Adler, seguro. Maldito cumpleañero y su actitud sufriente para coger por lástima. Igual le sale bien.
Y entre divagaciones y divanes, Niño Freud se apuñaló a sí mismo con una botella. Pero lo más absurdo es que no la había roto antes, por lo que la herida no dejó de ser un pequeño dolor ocasionado por el impacto de aquel objeto contundente. La chica animal print, quien había presenciado tan confusa escena, se dio un pase de merca y lo volvió a saludar, pero esta vez con un intenso chupón en el cachete. La situación era excitante y la sangre brotaba del rostro sorprendido de Niño Freud, pues su compañera no era en realidad una mujer sino una sanguijuela de pantano amazónico. Finalmente, volvió a preguntar su nombre.
- Soy Angela Merka. Encantado de conocerte.


RAJOY, M., Aventuras de Niño Freud y otros relatos tan posmo que meten miedo, Valencia: Pre-Textos, 2013.