40 años han
transcurrido hoy del inicio del golpe civil y militar en la Argentina. Es un
día que acostumbra invitarme a la reflexión, uno insistente en el
pronunciamiento político y la defensa de la dignidad humana. Un día para
recordar desde la experiencia colectiva que, como pueblo, cargamos en nuestra
constitución genética. Sin embargo, me cuesta emitir palabras sobre este nuevo
aniversario, merced al contexto político en el cual se halla inscripto. Al fin
y al cabo, ¿qué apelación se puede hacer a esa memoria cuando pareciera no tener
lugar en un presente tan obtuso que no claudica en llamarnos a ir para adelante,
a ir a un destino cargado de tantas promesas exteriores como vacío por dentro?
¿Qué se puede reivindicar cuando el señor Claudio Avruj acusa a los Organismos
de Derechos Humanos de haberse querido «apropiar» de la ex-ESMA? Y el verbo parece tan adecuado por su
connotación criminal que me horroriza sólo imaginar que su utilización fue
premeditada. Y pensaba en la denuncia de revanchismo que se ha tejido sobre la
lucha por la memoria, por la verdad y por la justicia, denuncia la cual busca
sepultar un pasado proyectado sobre el antagonismo –pasado que infecta nuestro
presente- para aspirar a un futuro de conciliación donde el slogan «Nunca más» se haga efectivo. Al fin y al
cabo, es bastante evidente que «Nunca más» significa no retornar a la violencia política
que se funda sobre ese antagonismo.
Pero quizás sea menos
evidente considerar que signifique que ese terror persiste en nosotros como
historia viviente. Y de hecho, si no retornamos es sólo porque permanecemos en
él. Siendo así, la memoria es una responsabilidad colectiva presente que no
debe ser sepultada bajo el sesgo de la banalidad, pues aniquilarla sobre la
base del despojo de sentido implica no sólo olvidar lo que nos ha pasado sino
también olvidar por qué no debíamos olvidarlo. La memoria es, finalmente y
por ello, la promesa de un futuro donde
la dignidad del hombre esté garantizada.